Quizá no tan conocida por muchos de nosotros, la
festividad de TuBishvat (15 de Shvat) consiste en el nuevo
año de los árboles. ¿En qué
se fundamenta esta celebración? A partir de esta
fecha comienza una nueva estación para los frutos
de la Tierra de Israel. La mayoría de las lluvias
del año ya cayeron y la savia de los árboles
comienza a subir. De allí los frutos comienzan con
su efectiva formación.
De la misma manera que los humanos tenemos Rosh Hashaná,
el “año nuevo”, que es en donde se determina
la continuidad del hombre, sus éxitos, sus fracasos
y todo lo que ocurrirá el año entrante, de
igual manera sucede en esta fecha… pero con los árboles.
El libro “Bené Isajar” aconseja a orar
especialmente en esta fecha para que al llegar la festividad
de Sucot (en el mes de Tishré), cada uno tenga el
mérito de obtener un lindo y precioso Etrog. Y claro,
el crecimiento de aquel dependerá de este día
en particular.
Si nos detenemos a pensar, podremos aprender muchos paralelos
entre el humano y los árboles.
Antes que nada, la mismísima Torá expresa
esta analogía: “…porque el hombre es
un árbol del campo…” (Deuteronomio 20:19).
¿Qué
nos pueden enseñar de los árboles?, ¿en
qué se relacionan con los humanos?, ¿realmente
“el hombre es un árbol del campo”?
Con todas estas preguntas en mente, contemplé los
árboles y pude deducir todas estas comparaciones:
Antes de comenzar a sembrar, debemos saber bien qué
es lo que desearemos como producto final. De tal decisión
dependerá lo que obtendremos del trabajo. Todas nuestras
actitudes, decisiones o determinaciones (ya sea respecto
a nuestros hijos o no), influirán en el resultado
de nuestras vidas. Debemos calcular bien qué semilla
estamos sembrando y con qué propósito. Cuáles
serán nuestros ideales para su formación.
Pero siempre debemos reflexionar antes de la siembra, no
sea cosa que sea demasiado tarde… ¿Cómo
formaremos a nuestros hijos?, ¿con qué ideales?,
¿con qué valores?, ¿qué esperaremos
de ellos?
Luego vendrá el cuidado y riesgo constante. Y tal
como nos enseñan nuestros sabios: “no hay agua
sino Torá”. La Torá es comparada al
agua por muchos factores. Para “regar” nuestros
proyectos, no debemos olvidar el requisito esencial para
su crecimiento: la palabra Divina. Ya sea para el comercio,
el crecimiento de los hijos, las vacaciones, las necesidades
fisiológicas, para todo y absolutamente todo, poseemos
leyes que nos indican cómo debemos conducirnos. No
“como pensamos”, sino “cómo debemos”,
no en base a nosotros, a nuestro intelecto, sino sujeto
a lo que Hashem sabe que es bueno para nosotros (que es
algo muy distinto…)
También debemos tener paciencia y esperar a que crezcan.
Aunque los chicos siempre se impacientan e instantáneamente
al colocar la semilla desean observar los resultados (¿qué
tan niños seremos, no?), no podemos imitarlos a ellos
(sí las ganas con las que plantan…) Y si reflexionamos
bien, observaremos que Di-s nos otorgó preceptos
que nos enseñan constantemente a internalizar estas
cualidades.
En Shabat no debemos encender la luz y realizar todo tipo
de trabajo relacionado con la semana. En caso de querer
realizar una fiesta con música, debemos ser pacientes
y esperar a que finalice Shabat.
Con respecto a la dieta del alma, no podemos consumir cualquier
tipo de alimentos. Debemos contenernos. También tenemos
que esperar 6 horas para ingerir lácteos luego de
alimentos carneos.
Tampoco debemos desayunar antes de rezar (por la mañana).
Todos estos preceptos (y más también) nos
enseñan aquello que nos dice: “¡alto!,
debes esperar… no seas impulsivo. No quieras llevarte
el mundo por delante…”
Hay épocas que se caen hojas más que en otras.
Existen estaciones que son más “florecientes”
que otras, más exitosas, con mejor pasar. Pero debemos
saber que esa también es parte de la naturaleza y
tiene un límite. Cuando lleguen las hojas caídas,
el “otoño”, con paciencia, a fin de cuentas
la “primavera” llega, todo florece y vuelve
a renacer. No siempre florecen todos los proyectos. Al cabo
de unas semanas la persona se renueva. Se fortifica. Se
despliega. Pero hace falta “riego constante”,
es decir, querer salir de allí, voluntad. Invertir
en paciencia y espera para poder resurgir a la superficie.
Nadie nos activará la fuerza de voluntad si no somos
nosotros mismos. De nosotros depende.
Todas las plantas, árboles y vegetales pueden tener
distintos colores y formas, pero su función principal
de todas es la misma: tomar y transformar el dióxido
de carbono en oxígeno. Las personas somos diferentes
y poseemos distintas aptitudes que nuestro semejantes (Di-s
es lo suficientemente sabio para no crear clones…).
En algunas somos más capaces, y en otras nos superan.
No es ni “positivo” ni “negativo”
sino que cada uno tiene SU camino para servir a Di-s. Algunos
se encargan más de los favores con el prójimo,
otros estudiando Torá, otros visitando enfermos…
Si bien todos debemos procurar realizar todo tipo de actos
de bien antes enumerados, no todos poseemos la misma “vocación”
en las distintas circunstancias. En algunas nos esmeramos
más que otras en base a nuestras motivaciones (¿innatas?).
El Jafetz Jaim fue consultado acerca de las distintas costumbres
que llevan a cabo los judíos de diferentes comunidades
de distinto origen. Respondió: "Las diferencias
entre los distintos modos de servir al Creador (dentro de
quienes observan la ley acorde al Shulján Arruj),
no son perjudiciales, sino -al contrario- responden a diferentes
lugares por los cuales pasó nuestro exilio y los
cuales reforzaron los aspectos internos de diversos grupos
de Iehudim de diferentes orígenes. La suma de todas
estas costumbres hace a la armonía del Am Israel.
Intentar anular una costumbre a favor de otra, sería
equivalente a anular una de las diferentes fuerzas dentro
de un ejército (los tanques no reemplazan a los aviones,
ni estos hacen la tarea de la infantería.) Ashkenazim
y Sefaradim, Jasidim y Mitnagdim deben sumar sus bríos
y energías -sin suprimirse unos a los otros- para
crear la sinfonía que hace a la victoria espiritual
esperada, al igual en que la tarea de los Cohanim, Leviim
e Israelim, en su conjunto cumplían con la obra exigida
por D"s" (VeSamajta BeJagueja", páginas
268/269).
En una oportunidad un judío que estaba alejado del
camino de la Torá le preguntó al Rab Amnon
Itzjak: “usted dice que hay que retornar a las fuentes
de Di-s… supongamos que yo siga esos pasos…
¿qué línea debería seguir?,
¿a los ashkenazim?, ¿a los sefaradim?, ¿a
los temanim?, o, acaso, ¿a los jasidim? ¡Son
muchas costumbres distintas! ¿Cuál es la “verdadera”?
A lo que el Rab muy sabiamente contestó: “en
el ejército los marineros no interfieren en el trabajo
de los aviadores, y tampoco los soldados en las labores
de estos últimos, todos tiran para el mismo lado.
Se comportan de distinta manera porque cada uno tiene su
misión en las distintas partes del territorio, pero
todos poseen un objetivo en común en la batalla:
vencer al enemigo.
De la misma manera tanto los ashkenazim, como los sefaradim
y las distintas líneas, aun teniendo costumbres distintas,
se unen en sus raíces con un mismo propósito:
servir a Di-s.
También los árboles toman dióxido de
carbono y lo transforman en oxígeno. Las malas actitudes,
negativas y estériles, las podemos transformar en
algo sumamente positivo. Di-s puede proveer el sadismo para
asesinar, pero estará en uno convertirse en un asesino
serial, en un shojet (matarife ritual) o en un mohel (persona
que circuncida de acuerdo a la Torá). Puede que la
capacidad sea innata, o que hayamos nacido “con tendencia
a…”, pero el uso que uno le da depende exclusivamente
de la libertad propia, del libre albedrío, de la
capacidad para tomar decisiones…
Aquel niño se notaba indiferente por el estudio.
Cada vez que abría un libro, comenzaba a dibujar
perdiéndose en los crayones y fibras de colores.
Su mundo interno era el dibujo… ¡y sólo
eso!
En la actualidad existen unos afamados compendios que constan
de dibujos gráficos que permiten comprender pasajes
del Talmud muy complejos. ¿Quién será
el magnífico autor? Aquel niño que lo único
que hacía en la escuela era dibujar… Muy sabiamente
su maestro encaminó esa cualidad aparentemente “negativa”,
enfocándola en la Torá.
Claro que cambiar no es nada simple. Existía un Rab
que solía decir que cambiar una cualidad no buena,
es más difícil que estudiar medio Shas (compendio
total del Talmud). Pero eso no quiere decir que no debamos
hacer nuestro mejor intento. No se debe morir en el intento.
Por otro lado, para cuidar las plantaciones también
se deben utilizar fertilizantes, antiplagas y todo tipo
de químicos que protejan la cosecha. También
nosotros debemos ponernos “vallas” para no llegar
a transgredir preceptos. Y esos “cercos” son
los que los Sabios nos imponen para no llegar a equivocaciones
en sí y no darle cabida al instinto del mal. Para
que crezca algo hay que invertir mucho en ello. Se deberá
tener mucho cuidado y una alerta constante. “A un
árbol cuyas ramas son pocas y sus raíces abundantes,
ningún viento podrá derribarlo” (Pirké
Avot 3:21).
También se deben quitar todo tipo de yuyos estériles
que perjudiquen el normal crecimiento de los vegetales.
Así también la persona primeramente debe quitar
todo tropiezo que le impida crecer y desplegarse personalmente,
para recién luego hacer el bien. Tal como nos enseña
el Rey David: “Apártate del mal (y luego) y
has el bien, pide la paz y persíguela” (Salmos
34:15).
Cuando los “frutos” maduran (hijos), este mismo
se desprende del árbol (sus padres) y comienza a
independizarse. Utilizando su semilla, también podrá
formar su “propio árbol”, su propio hogar.
O también podemos verlo desde otro ángulo:
cuando termina la función del humano en este mundo,
él mismo (el fruto) vuelve a su lugar de origen:
la tierra.
Pero algo es claro: puede suceder que hagamos nuestros máximos
esfuerzos para que la plantación crezca de la mejor
manera, que hayamos invertido mucho dinero y tiempo en ella
con los mejores fertilizantes, mejores campesinos…
pero de todas maneras, no creció como esperábamos,
no cumplió nuestras expectativas. Los frutos pueden
ser amargos, dulces, agrios o ni crecer.
¿Acaso
todos tuvieron el mérito de que los hijos salgan
como hubiesen querido que salieran?
El justo rey Jizkiahu no quiso traer hijos al mundo. Él
había observado con profecía que tendría
un hijo malvado, “¿entonces para qué
tenerlo?”, afirmaba. Hasta que se le acercó
el profeta Ieshaiahu diciéndole que los cálculos
son de Di-s, que él debía hacer su parte y
esmero. Tenía que procrear sí o sí,
independientemente de cuál sería el futuro
(que de hecho su hijo trajo muchos sufrimientos al pueblo
de Israel. Aunque al final de sus días, se arrepintió
de alguna manera…)
En otras palabras, debemos hacer lo que esté a nuestro
alcance. Luego Di-s dirá que sucederá.
Pues, también es habitual escuchar a los padres decir:
“a MIS hijos les doy la educación que YO quiero”.
Y allí mismo erradica el problema: no son TUS hijos…
son LOS hijos de Hashem. Sólo que el Todopoderoso
los pone en nuestras manos para que los mantengamos y eduquemos
por Sus Senderos. Los hijos no son “propiedad privada”,
no son nuestros.
Obviamente que se nos juzgará por cuánto esmero
realizamos e invertimos para que nuestros hijos lleguen
a explotar su máximo potencial. Quizá no tanto
en el resultado sino el qué hicimos desde nuestro
lugar para llegar allí. Porque también existen
hijos justos y eruditos que no recibieron educación
judía de sus padres y llegaron a donde llegaron (habrá
que analizar qué méritos tuvieron sus progenitores…)
Es muy sencillo para el niño observar que las frutas
se encuentran en la heladera de su casa. Pero… ¿qué
trabajo existe detrás de todo eso? ¿En dónde
quedó el arado, la siembra, el riego, la lucha contra
las plagas campestres, las sequías, los desastres
naturales, la recolección, la logística, la
distribución…? Así como nosotros le
explicamos a los niños que las frutas y verduras
no llegan solitas a casa sino que hay que dirigirse al super
(¡y con dinero!) para adquirirlas, de la misma manera
nosotros debemos ser concientes que comprar aquellas productos
son legítimos milagros. Por ello se nos exige bendecir
a todo alimento: para que seamos concientes que Hashem nos
otorgó el mérito de poseer aquellos beneficios
de la naturaleza que tanto cuestan crear. Cada fruto con
su color, su aroma, su gusto particular… Si solamente
cumplen la función de alimentarnos, ¿por qué
no son todos iguales, del mismo color y con el mismo sabor?
Justamente, Hashem nos otorga ese privilegio de disfrutar
y degustar sus creaciones, que aparte de benefición
obtengamos placer. Que el comer no se transforme en un acto
monótono. Pero no debemos ser desagradecidos con
Él… ¡verdaderos milagros!
Sucede que nos acostumbramos muy rápidamente a ello.
Lo vemos como normal, casual, “natural”…
pero… ¿quién hizo la naturaleza? ¡Di-s,
claro!
Así como aquel que observa un lindo edificio sabe
conscientemente que existieron arquitectos e ingenieros
para construirlo, y difícilmente atine a decir que
estaban colocados los materiales a un lado y apareció
un viento fuerte del oeste y construyó todo, así
también debemos ser concientes que toda creación
fue creada por un Ser Supremo. ¿O acaso alguien podría
contemplar un libro y afirmar que habían hojas blancas
y un poco de tinta, volcándose esta misma sobre aquellas
y escribiéndose “solo” todo lo que contiene
el mismo? ¡Claro que no! (ejemplos explicados por
el Rambán).
Cuando llega el final del árbol, o se cae o lo deben
podar. Algunos dejan una marca profunda en la tierra y otros
no tanto. Los que se ocuparon de crecer en lo personal,
en el bienestar de sus frutos, incrementaron su tamaño
y volumen y por ende su pérdida se notará
mucho más. No sé a cuántas personas
le interesará cuántos frutos dio, sino qué
tipo de frutos otorgó: sabrosos, maduros, comestibles.
Qué tipo de hijos formó. Qué educación
les brindó. Qué valores les inculcó.
A qué los motivó. Qué ejemplo les ofreció.
Sin dudas, existen muchas comparaciones viables entre el
árbol y el humano. Seguro que a medida que leían
el artículo se les ocurrían otras analogías.
Es cierto, las hay. Pero no nos quedemos solamente con las
ejemplificaciones. Pongamos la teoría en la práctica.
Volquémoslo en la acción. “Los que siembran
con lágrimas, con regocijo segarán”
(Salmos 126:5).
Alan J. Owsiany
es Consultor Psicológico (Counselor). Al terminar sus estudios de bachillerato,
estudió 1 año en Yeshivat "Kneset Jizkiahu" - Kfar Jasidim
(Rejasim, Israel).
Desde la psicología humanística existencial (enfoque al que toma
como columna vertebral), se esmera en aplicar su profesión dentro del
marco de la Torá y las mitzvot.
Actualmente desarrolla tareas como docente integrador y acompañante terapéutico
en escuelas ortodoxas de la comunidad.