Todo
individuo comunica. Verbalmente o no, pero nunca deja de
hacerlo. Paul Watzlawick en sus axiomas de la comunicación
nos diría más precisamente que “no es
posible no comunicarse”.
También mediante la comunicación podemos detectar
cuáles son las necesidades o maneras de pensar del
otro. Si cuando bostezo no tapo mi boca y noto en el rostro
de mi compañero un disgusto, aun sin él emitir
palabra, comprenderé que esa conducta no es aprobada
–al menos- por su persona. Por lo tanto, ahora dependerá
de mí y sólo de mí, ajustarme a su
realidad o ignorar su postura.
Sin dudas que el auge del momento en el mundo cibernético
son las redes sociales. Facebook, Twitter, Sonico, Linkedin,
de todos los gustos, tallas y colores. Claro que no todos
los usuarios lo utilizan con el mismo fin, las motivaciones
son variadas: contactos profesionales, reencuentro con compañeros
de la infancia, amigos virtuales. Pero… ¿qué
necesidades tendemos a comunicar mediante sus aplicaciones?,
¿a qué se debe el éxito rotundo y oportuno?,
¿no estaremos buscando algunos vacíos existenciales
que el afuera no puede brindarnos?
En una sociedad sorda que ni las trompetas ni el ruido de
las guerras se suelen oír, cualquier medio es válido
para hacerse valer y escuchar. No hace falta irse muy lejos
para observar la gran demanda de ayuda psicológica
que existe en nuestros días. Psiquiatras, psicólogos,
psicopedagogos, counselors, todo es válido para ser
escuchado. El individuo hasta es capaz de pagar una consulta
solamente para que otro lo escuche, sin emitir ni juicio
ni opinión, simplemente “alquilarle”
sus oídos por unos minutos. Tal vez el egocentrismo
tenga la palabra, y ya no disponemos ni del tiempo para
un otro que se encuentra al lado nuestro diariamente. A
un otro que le juramos “amor eterno”.
La tecnología avanza, aparatos cada vez más
pequeños y con más botones y funciones que
tal vez nos hacen olvidar su verdadera función: comunicar.
Más comunicados que nunca, más descomunicados
que siempre…
“¿Qué estás pensando?”,
nos anima a escribir un cuadro de texto. Un cuadro mágico
que se transforma en un lugar en donde podemos expresarnos
y a la vez esperar una respuesta del exterior, un reflejo
o aporte sobre un estado de ánimo. Ya sea un “que
te mejores”, “te quiero mucho”, “¿qué
sucedió en tu trabajo”? Pero con la misma finalidad:
que las palabras no se las lleve el viento. Dejar una marca
que tal vez muchas veces es ignorada cuando es escuchada
en la realidad. Que quede un registro del sentimiento o
del pensar. Un aval.
El texto escrito en muchas oportunidades se piensa no sólo
por el fin mismo de expresarlo sino para observar qué
opinarán los conocidos o “amigos”. “¿Seré
gracioso?”, “¿me apreciarán más
si se enteran que soy voluntario en un geriátrico?”,
“¿si me hago fan de Freud dirán que
soy el mejor psicólogo del continente?”.
Se le otorga un “poder especial” al usuario
de catalogar si aquel artículo o vínculo es
interesante o “le gusta”. Un medio que, al fin,
le otorga valor a su opinión. Sólo él
mismo podrá decidir si le ha dejado de “gustarle”
aquella información.
Se torna sumamente doloroso no ser escuchado. Ser ignorado,
indiferenciado. William James es más preciso al exclamar
que: “No podría idearse un castigo más
monstruoso, aun cuando ello fuera físicamente posible,
que soltar a un individuo en una sociedad y hacer que pasara
totalmente desapercibido para sus miembros”.
Ni que hablar de las aplicaciones como una tan famosa y
popular que dice: "¿Que piensan tus amigos de
ti?". Estamos condicionados a actuar en base a las
perseguidoras y persecutas miradas de nuestros seres queridos.
Existe una necesidad de que los demás reafirmen la
existencia propia. Que me acepten a todo precio. Tanto,
que a veces se llegan a realizar accionares impensados.
Y todo para ser parte, para pertenecer…
Suelen observarse decenas y centenas de "amigos"
agregados. Solicitudes de “amistad” a borbotones.
“Amigos”, una palabra que hoy día se
dice casi sin pensar lo que ello implica. Ya todos “ganan”
esa relación por tan sólo una vez en la que
le preguntamos a nuestro vecino la hora o el pronóstico
del tiempo (y se ve reflejado en el día del amigo
donde el primero que se nos cruza, lo saludamos como si
lo conociéramos de toda la vida).
En algunos casos es tanta la necesidad de los "amigos"
que se hacen competencias para observar quién reúne
más. ¿Más de qué?, me pregunto.
Poco de mucho, mucho de nada...
Sin dudas que nuestra forma de comunicarnos en la actualidad
preocupa. Preocupa porque las necesidades no se satisfacen
y cada vez hay más personas que se sienten solas…
No que están solas, sino que se sienten solas…
Podemos estar en una fiesta llena de invitados pero no conocer
a nadie. No estamos solos, pero nos sentimos solos, que
es peor…
Todo individuo tiene la necesidad de ser respetado y valorado.
De saber que no está solo, que hay personas que lo
aprecian, que desean su bien.
Abraham Maslow escribe en el capítulo 5 de su libro
“Motivación y personalidad”: “En
nuestra sociedad, la frustración de estas necesidades
(de amor, afecto o posesión), es la causa más
corriente de los casos de mal ajuste y psicopatologías
más graves.”
El médico psiquiatra, psicodramatista y psicoterapeuta
Claudio Adrián Rud nos diría en términos
similares y ampliando un poco más la idea: "Todo
aquel que consulta ha sido o es víctima de alguna
forma de desamor. Ya sea de la forma más brutal,
como el desinterés, la violencia; o bien bajo una
apariencia más leve como la manipulación,
el amor condicionado, el abuso del poder de quienes están
ejerciéndolo por la investidura que los sustenta"
(Psicoterapias en Argentina, página 231).
Tal vez por algo no resulte raro escuchar a una enamorada
decir: “muero por él” o bien “muero
por ella”. El amor incondicional de un otro que me
respetará siendo lo que sea, con mis virtudes y mis
defectos, es lo que a veces provoca esas mariposas en el
estómago difíciles de detallar.
Si Di-s no hubiese creado a los bebés y niños
con esa facultad de belleza estética y esa apariencia
de “muñequitos” que enternecen a cualquier
persona que aparezca en sus caminos, tal vez morirían
de amor por individuos irresponsables (que aun dándose
estas cualidades, en la realidad ocurre también…)
Y sí, quizá deberíamos replantearnos
si no buscamos en la red otras necesidades que en la realidad
no podemos concretar por los motivos que sean: timidez,
temor al qué dirán, no “encajar”
en un grupo, sentirnos desvalorados. Bajo ningún
aspecto se podría afirmar que todas las personas
que utilizan redes sociales padecen de estos “desamores”,
pero es un posible disparador que puede servir para aquellos
que deseen reflexionar sobre sí mismos…
¿En qué estamos fallando? ¿Qué
podemos hacer para mejorar? ¿Cómo ayudar para
beneficiar a los demás?
Sepamos que con el hecho de plantearnos este tipo de preguntas
ya estamos haciendo mucho. Reflexionar y aceptar nuestras
fallas y debilidades es la mejor manera para que la acción
tenga lugar.
El que busque una fórmula secreta se frustrará
al leer estas líneas. Se frustrará porque
no la encontrará. Cada uno tiene su camino y cada
persona tiene sus gustos. No se puede universalizar. Todo
sujeto es único e individual. Estará en uno
detectar la fórmula más apropiada para cada
caso.
Los “quebrachos” (así los llamaban en
el colegio) se reencontraron
en un restaurante luego de 30 años. Las emociones
de ese día eran especiales. A pesar de ser tan iguales
e integrar la misma “barra”, al solicitar la
orden al mozo, cada uno pidió un plato distinto.
“No, a mí no me agradan las papas fritas”.
“La tarta de ajo con cebolla hierve en mi lengua”.
“La berenjenas me producen aftas…”
Así como en lo gastronómico cada uno tiene
sus “gustos” para satisfacer la necesidad básica
del hambre, de igual manera sucede en cualquier esfera de
la vida y en las más variadas necesidades, ya sean
fisiológicas o psicológicas.
Con los valores ya tan desgastados, siendo tan solamente
personas, simplemente de esa manera y brindando esa calidad,
estamos haciendo mucho…
Debo reconocer que me estremece en demasía cuando
luego de un robo se escucha a las víctimas afirmar:
"los ladrones nos trataron muy bien. No nos pegaron
ni nada…” Estas personas han sido objeto de
hechos delictivos, perdieron tal vez toda su fortuna, pero
los tranquiliza no haberse llevado una brutal golpiza. ¿Y
por qué? Porque últimamente no es “normal”
que roben y que a su vez el efecto de la droga no los impulse
a agredir salvajemente. Pareciera como si las verdaderas
víctimas hayan sido los delincuentes. Como si éstos
últimos les hayan hecho un “favor” al
no golpearlos. Porque se vuelto anormal ser normal…
“Diezmar diezmarás todo el producto del grano
que rindiere tu campo cada año” (Deuteronomio
14:22).
La Torá nos obliga a diezmar toda ganancia que acceda
a nuestros depósitos. Tal vez nos quiera enseñar
que no podemos tener provecho de este mundo sabiendo que
otro sufre o no dispone de los medios suficientes. Que si
tenemos la posibilidad de gozar, que lo hagamos, pero no
sin antes olvidarnos que hay otros individuos que por su
situación no pueden hacerlo como nosotros, solidarizándonos
con aquellos en una mínima medida.
Pero no solamente a la cosecha se refiere. Ni tampoco a
todo lo material y monetario.
Cualquier bien, sea monetario y/o espiritual se debe diezmar.
Eso significa que si Di-s te otorgó alegría,
debes compartirla con los demás. Si posees seguridad
emocional, debes ayudar a otros a que la adquieran. Si tu
vida psíquica está ajustada, trata de socorrer
a algunas personas que no lo están.
Porque es más simple entregar dinero. Menos comprometedor.
Es un instante y se acabó. Se puede entregar y aun
tener el lujo de posar una mala cara, y el fin se cometió
(lamentablemente así algunos piensan… mejor
que no hubiesen otorgado…) Y también, por qué
no, sentirse “todo poderoso”, fuerte, sólido,
que otros lo necesitan para subsistir…
Cuando la Torá enumera las aves que no están
permitidas ingerir, nos dice en uno de sus pasajes: “(Y
estas son de las que no podréis comer:) la cigüeña,
la garza según su especie, la abubilla y el murciélago
(Deuteronomio 14:18). Al referirse a la cigüeña,
la Torá la denomina “Jasidá”.
El Talmud explica que la raíz de su nombre proviene
del vocablo “Jesed”, es decir, “bondad”.
Si esto es así, ¿por qué ella está
entre los pájaros impuros, que normalmente son aves
de rapiña? El libro “Meotrezenu Ha Iashan”
nos explica: porque la cigüeña es amable sólo
con sus pares. Sólo se preocupa por aquellos de su
propia bandada o grupo.
Hay mucho para hacer y con pequeños actos mucho podemos
lograr. Un saludo, un “¿cómo estás?”,
una mínima preocupación por el otro, cambian
vidas enteras. Otorgan valor a las personas, las hacen sentir
que son importantes, que valen, que merecen respeto. Que
son realmente personas…
Efectivamente podemos derribar muros de angustias con taladros
o con algo mucho más efectivo: palabras.
Alan J. Owsiany
es Consultor Psicológico (Counselor). Al terminar sus estudios de bachillerato,
estudió 1 año en Yeshivat "Kneset Jizkiahu" - Kfar Jasidim
(Rejasim, Israel).
Desde la psicología humanística existencial (enfoque al que toma
como columna vertebral), se esmera en aplicar su profesión dentro del
marco de la Torá y las mitzvot.
Actualmente desarrolla tareas como docente integrador y acompañante terapéutico
en escuelas ortodoxas de la comunidad.