Todos entendemos (o creemos entender) que existe una obligación,
o al menos una exigencia moral, de pedir perdón a
nuestros semejantes por los sucesos desagradables que los
hicimos pasar.
Ya desde pequeños nuestros padres nos enseñaron
que golpear a un compañero no era algo bueno y bien
visto. Si no hubiésemos actuado como corresponde,
debíamos arrepentirnos y pedirle perdón por
nuestra acción negativa.
La familia habitualmente es la encargada de imponer reglas,
costumbres y normas que traten de inculcar los valores éticos
para su posterior aplicación con los pares.
Tomás tiene apenas 5 (cinco) años y ya entiende
por sí solo que si le pega a Juancito, la mirada
del papá no va a ser del todo agradable y seguramente
recibirá unos cuantos gritos (con suerte…)
Ahora bien, si analizamos la conducta de Tomás sin
entrar en mayores detalles, descubriremos que el niño
no golpea a su compañero, porque le teme a su padre.
En presencia de este último, difícilmente
dañe a Juancito… pero… ¿qué
sucederá cuando su papá no esté?
Llevamos
una vida estructurada, con leyes impuestas y con estatutos
preestablecidos.
Al llamar la atención a una criatura, olvidamos inculcar
los motivos y los fundamentos del por qué realmente
no es favorecedor que golpee. La vida se nos escapa de las
manos. No podemos perder tiempo. Hay que reaccionar rápido,
como siempre estamos acostumbrados. Los discursos y sermones
de antaño son los que “educarán”
a nuestros hijos a lo largo de sus vidas. Así pensamos;
así actuamos…
Qué
distinto hubiese sido si el papá de Tomacito le haya
aclarado en un tono suave: “Tomi, no le pegues a Juancito
porque le vas a hacer doler. ¿Te imaginarías
lo que él sufriría si tú lo agredes?”.
Sucede que es más sencillo decir: “¡esto
no se hace!”, poner cara de enojo y exclamar a viva
voz unos cuantos gritos, que comenzar a explicar toda la
“historia” (de todas maneras, “me hace
caso cuando le grito”.)
A veces deberíamos ponerle el freno a la rutina,
hacer un “stop” en los hábitos, para
preguntarnos si realmente estamos educando de una manera
en la que nuestros hijos pueden escucharnos, ser escuchados
y ser partícipes de su propia educación. ¿O
acaso estamos imponiendo implícitamente una dictadura
familiar en la que todos deben acatar sin derecho a preguntas?.
Debatir temas sin temores, prejuicios ni condicionamientos.
Entrelazando con ellos el verdadero rol de padres. Que se
preocupan por sus inquietudes. Que se preocupan por su bienestar.
Que se preocupan por lo que quieren transmitir. Que se preocupan…
Porque
luego somos nosotros aquel niño inocente, en el que
los conceptos básicos se inculcaron sin entrar en
mayores detalles.
Es realmente insólito observar como a veces llevamos
dentro conocimientos estructurados e infantiles a lo cuales
acatamos (aun sin darnos cuenta) en la propia adultez.
“Las
faltas entre una persona y su semejante, el Día de
Iom Kipur no expía sobre ellas hasta que se dirija
hacia su compañero, le pida perdón y esté
último lo disculpe” (Shulján Aruj –Código
de Leyes Judías- Capítulo 606.)
Nuestros sabios también están de acuerdo con
la obligación inherente que siente cada uno de nosotros
en pedir disculpas a nuestro compañero. No solamente
lo tilda de “buena actitud” o “buena cualidad”
sino que lo hace ley; en otras palabras, obligación.
No tiene sentido estar rezando todo el día a Di-s
para reparar este daño; se nos exige acercarnos personalmente
frente al afligido. Él tiene el poder de decisión.
Caso contrario, por más rezos y súplicas que
se hagan realidad, el Todopoderoso no perdonará al
agresor de dicha falta.
Es
habitual que en Aseret Iemé Teshuvá (días
de arrepentimiento) nos aproximemos hacia nuestros conocidos,
familiares y amigos para pedirles disculpas.
Un forzado: “¿me perdonás por todo?”,
frío, generalizado y sin entrar en mayores detalles.
Como para salir de obligación (“¿todos
lo hacen, no?”)
¿Comprendemos lo que estamos solicitando?, ¿somos
concientes que el “perdón por todo” implica
intentar evitar dichas conductas?, ¿o actuamos como
cuando éramos pequeños y papá nos miraba
de reojo con rostro poco alegre, insinuando: “dale,
pedile perdón a tu amiguito”?
Estamos
equivocados si pensamos que solamente antes de Iom Kipur
es el momento adecuado para pedir disculpas. Todo el año
es propicio para hacerlo. Es más, me atrevería
a decir que es más verdadero y significante para
el receptor, recibir un perdón en el transcurso del
año que en estas solemnes fechas.
Es cierto que en este lapso de tiempo como todos nos acercamos
a pedir perdón (o por lo menos así deberíamos
hacerlo), es más sencillo para la persona acercarse
y “agachar la cabeza” (¡que no está
mal!). Pero debemos auto-explorarnos, ser verdaderos con
nosotros mismos, y verificar si lo hacemos porque realmente
lo sentimos o porque nos lo hacen sentir así. Porque
tenemos iniciativa propia, o hacen que tengamos iniciativa
propia.
¡Atención!
A veces podemos utilizar esta “arma de doble filo”
de una manera positiva.
¿Cómo sería nuestra sociedad si en
vez de encajonar las situaciones no gratas con nuestro compañero
ocultándolas en el “archivo para el olvido”,
nos acercaríamos a conversar con él para solucionar
las diferencias existentes?, ¿cómo reaccionaríamos
al observar más a menudo personas que se piden disculpas
entre sí?, ¿se modificarían nuestras
conductas?, ¿seríamos más pacientes
y propulsores de la paz? No lo podría asegurar, pero
obviamente tendríamos otro panorama y abanico de
opciones para resolver situaciones no gratas.
Y no solamente en el ámbito de las disputas sociales,
sino que al percibir actitudes positivas desde otros sectores
de la sociedad, surgiría algún tipo de tendencia
interna para comportarnos de manera similar.
Con buenas actitudes –implícitamente- invitaríamos
a nuestros semejantes a que comprueben en carne propia lo
agradable que se siente obrar bien y seguir el camino correcto.
Imitamos
y a la vez somos espejos constantes. Aun sin quererlo, a
cada momento estamos siendo observados para ser imitados
por otros. Ya sean hijos, hermanos, primos o hasta los propios
vecinos. Muchos buscan en el exterior un imagen a seguir
porque no pueden llenarse con su propio Ser, o porque no
poseen la suficiente autoconfianza para auto dirigirse (que
es un problema distinto…)
Por dondequiera que sea, las personas tienden a buscar ejemplos
y modelos a seguir.
Está en nuestras manos dar un prototipo ejemplar
para que otros nos imiten, ameritando a nuestro semejante,
e instantáneamente, preocupándonos por su
bienestar. Y si no es en estos días, ¿entonces
cuándo?
Otro
factor a tener en cuenta antes de pedir disculpas, es que
lo primordial no es tanto la acción, sino el sentimiento.
Las acciones positivas (llámense preceptos, buenas
cualidades o leyes) que no llevan consigo una pizca de sentimiento,
con el transcurso del tiempo enfrían a la persona
y el individuo siente un gran vacío al realizarlas.
De repente se encuentra con que hace años está
cumpliendo preceptos y obligaciones que en ningún
momento sintió que debía hacerlo.
La
rutina a veces nos provoca automatizar lo espiritual, actuando
de forma instantánea y sin sentimiento previo.
No somos máquinas. Dejemos las corridas cotidianas
de lado y comencemos a reflexionar en cómo es realmente
nuestro vivir. Si cumplimos los preceptos porque sentimos
que debemos hacerlo, o porque ya se tornó una costumbre.
Si cumplimos las Leyes de Hashem (Di-s) porque estamos automatizados,
o porque sentimos necesidad en así conducirnos.
A pocos días de Iom Kipur, no podemos darnos el lujo
de conducirnos en el camino de la Torá tal como satisfacemos
nuestras necesidades fisiológicas. Tenemos sed, tomamos;
tenemos sueño, dormimos. Es hora de replantearnos
e investigar para poder observar con más convicción
y sentimiento. Este último hará que el hábito
no cumpla con su función, y nuestro existir se llene
mejor espiritualmente.
Por ello, debemos informarnos y estudiar los motivos de
los preceptos (aun los superficiales). Conectarnos con la
esencia de los mismos, que no en vano nos fueron entregados.
Aceptar todo como estructura también es positivo,
pero a fin de cuentas terminaremos fríos o con poca
convicción en su cumplimiento.
Pero cuando el mensaje entra por el corazón, la conducta
es otra. Nosotros somos otros…
Investigar de la manera adecuada, consultar con rabinos
y dirigentes competentes, sin prejuicios, es la llave para
que el sentimiento verdadero pueda florecer. Ser concientes
que en ocasiones estaremos limitados a comprender ciertas
cuestiones Divinas, pero investigar lo más a fondo
posible. Acerquémonos a las fuentes, y ellas nos
hablarán por sí solas. Tienen mucho que decirnos.
Quebremos
con aquel sistema que alguna vez compramos cuando éramos
pobres inocentes. Salgamos al exterior. Vivamos con sentimiento.
Con sentido…
Luego
de explayar el tema es propicio preguntar: “¿por
qué es tan grave la agresión física/verbal
hacia nuestro semejante?”.
En
la Amidá (fragmento de las oraciones) de Rosh Hashaná
decimos: “Hoy es el cumpleaños del mundo, hoy
serán juzgadas todas las creaciones…”.
En otras palabras, en esta fecha -al culminar un año
adicional desde la creación del mundo- Di-s evalúa
la razón de existir de cada una de las creaciones
y determina si son necesarias para el futuro funcionamiento
de Su plan Divino establecido.
¡Un momento! El cumpleaños del mundo es el
25 de Elul; en Rosh Hashaná (1º de Tishré),
como bien sabemos, fue creada la persona. ¿Entonces
qué fue creado en Rosh Hashaná?, ¿el
mundo o la persona?
Es
cierto, en Rosh Hashaná fue creado el ser humano…
pero también fue creado el mundo, ya que la finalidad
del mundo es la propia persona. La “persona”
y el “mundo” son sinónimos (tal vez ahora
podamos entender a nuestros sabios cuando nos dicen que:
“el que salva a una persona es como si hubiese salvado
a un mundo entero”.)
En
hebreo, la traducción literal de “persona”
es “adam”. La raíz de esta palabra se
puede explicar de 2 (dos) maneras diferentes:
a)
Proviene de la palabra “adamá” (tierra.)
b) De la palabra “domé”, que significa
“parecido” (a su Creador, Di-s.)
De
la primera explicación podemos trazar un paralelo
entre la tierra y el hombre, ya que la primera puede ser
un terreno fértil para que se reproduzca cualquier
especie cítrica o vegetal. Todo depende de cómo
fue preparada la tierra.
La persona es igual. El terreno está, es decir, la
persona existe, vive, respira, pero para que las virtudes
y cualidades “crezcan” de manera “fértil”,
hay que saber la manera adecuada para “arar”,
“sembrar” y luego “cosechar” los
potenciales latentes. Dependiendo de este proceso, dará
frutos (o no) nuestra cosecha.
Un sinfín de posibilidades pueden florecer, pero
todo depende de la semilla que sembramos.
La
segunda explicación nos deriva hacia un versículo
inevitable de esquivar cuando abordamos este tema: “Y
creó Di-s al hombre a su imagen, a imagen de
Di-s lo creó; varón y hembra los creó”
(Génesis 1:27).
En otras palabras, cada ser humano posee una Chispa Divina
que lo caracteriza. Somos parte de un todo que es Di-s.
Cada uno es único e irremplazable y por ende, cada
misión difiere totalmente a la de nuestro compañero
(tal vez ahora podamos estar más tranquilos con nosotros
mismos y no mirar tanto a los demás…)
Una persona que ofende a otra, está ofendiendo directamente
a Di-s. Todos tenemos parte en el Todopoderoso y es por
ello que el pedir disculpas se vuelve necesario y obligatorio.
Primeramente disculparse con el agredido, y luego con el
Propio Di-s, por haber agredido a una mínima parte
de Su Existencia.
Puede
que estemos lejos de disculparnos con nuestro semejante
como corresponde. Demasiado. Pero al menos saber cuál
es la meta a la que debemos llegar. Una persona que toma
conciencia y acepta que aun le falta para su propia realización,
tiene más posibilidades para el cambio (el que acepta
todo como está, ¿para qué va a tener
que cambiar?, ¡si todo está bárbaro!.)
El tema no se vuelve ajeno a ninguno de nosotros, pero tal
vez este sea un ejercicio para comenzar a ser más
auténticos y congruentes con nosotros mismos. Aprender
a no auto-engañarnos. A mirar las cosas desde otra
perspectiva. A romper con la rutina. A desactivar el piloto
automático.
Alan J. Owsiany
es Consultor Psicológico (Counselor). Al terminar sus estudios de bachillerato,
estudió 1 año en Yeshivat "Kneset Jizkiahu" - Kfar Jasidim
(Rejasim, Israel).
Desde la psicología humanística existencial (enfoque al que toma
como columna vertebral), se esmera en aplicar su profesión dentro del
marco de la Torá y las mitzvot.
Actualmente desarrolla tareas como docente integrador y acompañante terapéutico
en escuelas ortodoxas de la comunidad.